lunes, 14 de mayo de 2007

DIOS QUEMARÍA EL TRANSANTIAGO



Nikolay Stagnaro

Lunes por la mañana y efectúo mi agobiante rutina rumbo a la universidad. Camino unas cuantas cuadras desde mi casa hasta llegar a la arteria principal de Maipú, la avenida Pajaritos. El paradero está lleno de rostros amargos, que lo único que esperan es que llegue cuanto antes un enchulado bus verde (correspondiente a mi zona) o una micro cuncuna. Al divisar esta última, emprendo mi subida. La desesperación de la gente por subir al bus ya dejó de ser una molestia. Mientras otros se hacen los lesos frente al validador, yo cumplo y paso mi tarjeta. Ahora la lata de sardina con ruedas me lleva rumbo al metro Las Rejas.

Llego a la estación y el semáforo experimental marca luz amarilla. El cierre momentáneo de Las Rejas era inminente y entro raudamente al metro. El ambiente era tan desastroso, que uno de los guardias estaba por alzar la paleta “¡Pare!” y yo esperando a que avanzara la fila del torniquete para escolares. Finalmente paso la Bip! y entro a un andén totalmente saturado.

El alivio comienza a sentirse cuando en los altoparlantes del metro anuncian que el próximo tren viene vacío. Como en cuestión de segundos se aparece, asimismo se repleta. ¡Qué increíble la barbarie y el egoísmo de la gente por querer tomar un asiento! Pero eso no me concierne, mi meta era llegar a mi destino diario.

De estación a estación, el vagón desemboca en Los Héroes, donde la situación se pronosticaba aún peor. La “choclonera” de pasajeros era prácticamente el doble que la de Las Rejas. Pero de repente me llama la atención un señor, que a simple vista demuestra una edad madura, con la cabeza “sin gente en el estadio”, algo barrigón y sobre todo, muy pequeño. La verdad es que no interesan sus rasgos, sino que desde que entró al tren, empezó a hablar solo, con una notoria intención de querer hablar con todos. Al poco rato, saca de su bolso una Biblia y no lo podía creer… ¡Este señor de aspecto simpaticón empieza a predicar!. Me tuve que mamar todo el viaje escuchando a este “querubín”. Entre su sermón incitaba al resto a escucharlo, pero todos estaban en otra.

No había momento para hacerlo callar, hablando de Dios y su hijo Jesús de arriba hasta abajo, matizado con un par de aleluyas. Al igual que todos los que estuvimos presentes durante el trayecto, tampoco le di bola a este señor, hasta que en el momento menos esperado sale de su boca un mensaje literalmente apocalíptico: “Hermanos, si el Señor bajara desde el cielo y viera el mundo que estamos viviendo, no lo dudaría…”. Alza su cabeza y las manos al techo y exclama delirantemente: “¡Dios quemaría el Transantiago!”. Al quedar todos pasmados con esa frase, no se si era para reírse o mirarlo de la vergüenza que estaba dando este tipo. Algunos se reían disimuladamente, otros como yo preferimos reservarnos ante tal numerito.

Estoy a punto de llegar a Manuel Montt. Por mientras, el conductor del tren anuncia que llegaremos a la estación Baquedano, y este personaje se alista para emprender retirada. Al llegar a la zona, este individuo se va y un pasajero invoca el histórico gesto de Pato Yánez en el Maracaná y le grita: “¡Llévate esta molotov!”. El instante no era para reservar las despampanantes carcajadas que salían luego de la inusual talla.

“Señores pasajeros, estación Manuel Montt”, sonaban los parlantes del vagón. Aquí me bajo, pero antes al lado mío había una señora refunfuñando y entre sus murmullos lanzaba un “estoy chato con este sistema”. Me dirijo a hablar con ella antes de bajar y le respondo: “Para que andamos con huevás, mire a Dios y pídale que queme el Transantiago”. Volvieron las risas al interior. En todo caso, si seguimos con el mismo panorama, prefiero quemar las amarguras en vez de quemar con amarguras. El resto, y al igual que hace tres meses, siga juzgando usted mismo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Algo parecido al texto anterior. Buen relato, hay pequeños errores, pero este es un ramo de periodismo y no de literatura. La idea es mezclar ambas cosas, pero no irse por un sólo lado.