martes, 29 de mayo de 2007

SIRVASE UN CAFECITO... MIENTRAS ESPERA LA MICRO

Macarena Moreno


“¿Jamón, queso o aliado?”. Pregunta don Juan, a la gente que, a las 6.30 de la mañana espera congelada y soñolienta, el bus que los lleva hacia sus lugares de trabajo y estudios.

Cesante hace tres meses, este hombre de estatura baja y pelo cano, se las ingenió y armó un “negocio ambulante”. No es gran cosa, pero al menos le genera un dinero para sobrevivir durante el mes.

“Me di cuenta que la cantidad de gente que llega a los paraderos es tanta, que podría vender el matute sin ningún problema. Mi esposa encontró buena la idea y comenzamos con el trabajito.” dice, recordando los comienzos de su labor.

“La gente jamás va a tomar desayuno a las 5 de la mañana, porque prefiere salir más temprano para alcanzar el primer bus”, dice Juan, mientras prepara un café para un cliente.

Todos los días sale de su casa a las 5.30 de la mañana, con un carro repleto de sándwich, y tres termos que contienen té y café. Durante las 6 y las 8, vende todos los desayunos.

“En la Pintana hay muchos hombres que trabajan como obreros de la construcción, o en otras pegas sencillas, es gente más humilde, y con gusto se sirve un café o un sándwich mientras espera la micro”, afirma don Juan, mientras se dirige a un nuevo paradero de su comuna.

Para este hombre de 60 años, todos los días son iguales. Por las noches, junto a su esposa, Julia, preparan los sándwich y los termos con agua, para la venta del día siguiente. Toda la semana realiza la misma rutina, y cuando las ventas están buenas, se da el gusto de descansar sábado y domingo.

“Siempre he vivido al tres y al cuatro, el Transantiago no cambia las cosas para mejor, sólo ha complicado más la vida pa’ los que vivimos en comunas periféricas”, dice, con la mirada perdida en su carro, que compró en la “feria de las Pulgas” de la Pintana.

Oriundo de Talca, llegó a Santiago a los 22 años y desde esa edad se desempeñó como carnicero, jardinero y después como obrero de la construcción. No sale a protestar en marchas de cesantes- como muchos de sus conocidos- porque, según él “el flojo es el que se queda en los laureles”. Juan no está para esas cosas, la casa genera gastos y no hay tiempo para quedarse lamentando. “A esta edad a uno no le dan pega en ningún lado, y como tengo bocas que alimentar, me las arreglé pa’ ganarme un billetito que al menos alcanza pa’ pagar los gastos de la casa”.

Recorre más de cinco paraderos por día, y dice que en cada uno de ellos escucha reclamos y anécdotas entre los molestos usuarios de este nuevo sistema. “La gente está aburrida y estresada. Al paradero llegan personas muy distintas, pero todos tienen la misma cara de molestos y cansados, es que las micros pasan cada media hora”. Asegura, con un tono de disgusto.

En su casa son tres, él, su esposa y un nieto de 14 años que crió desde pequeño. “Mi nieto estudia a media hora de la casa, así que no le queda otra que subirse como pueda a una micro, que a las 8 de la mañana van repletas y no respetan ni a los paraderos”, dice, apuntando una micro que, en ese momento pasó sin detenerse ante un grupo de pasajeros que, al quedarse abajo, comenzaron a reclamar y bromear con el Transantiago.

No aspira a grandes cosas, es feliz con su esposa y con el nieto regalón que lo acompaña para todos lados. Se toma la vida con humor, porque dice que pensar en una y otra cosa que tiene que resolver, solo le ayudaría en volverse más viejo y canoso.

Así es la vida de Juan. El que un día fue despedido de su trabajo por la edad, pero por falta de plata nunca lloró, porque el cansancio y la vejez no le impidieron inventar una pega que le asegurara unas moneditas para subsistir. Así es como diariamente, atiende a quienes fue conociendo cada mañana, y que ahora se han convertido en clientes habituales. Malhumorados madrugadores que son atendidos por un viejo, que les entrega un pan y un té, con una sonrisa pintada en la cara.

martes, 15 de mayo de 2007

ESTUDIHAMBRE BIP!


Francisca Zárate


Han pasado casi tres meses desde que las vacaciones de verano terminaron, y los estudiantes retornaron a sus aulas, pero no en todo el país han tenido que esperar tanto para tomar una micro. Y mucho menos por un pase, aquel que se puede utilizar pero se debe esperar demasiado para que lo guardes en tu billetera, pero tu billetera no puede hacer esperar a nadie y sobre todo a los de la Junaeb, ya que ellos no se moverán de su escritorio para ayudarte, le importamos pero la tardanza en la entrega se debe a la irresponsabilidad de la AFT( asociación de flojos tramitadores), perdón pero creo que ese es el significado de esas siglas ¿o no? El tema de las siglas es lo de menos, lo tragicómico es las extensas filas de personas que esperan en Eliodoro Yánez antes de llegar a Salvador, por un producto que fue pagado antes de ingresar a clases. Pero da igual, todos cometemos errores, el peor fue creer que un sistema de transportes tan moderno podría funcionar en nuestro país, eso de cargar una tarjeta con plata y pasarla por un tablero amarillo que posee un fallado microchip, como el de aquellos que creyeron o creen que mejorara la calidad de vida de las personas, y piden que tengamos paciencia deben hacerse ver antes que llegue el invierno porque los consultorios estarán colapsados por el denominado virus sincicial.

Ya los profesores no creen que por causas del transporte público uno llegue tarde a sus clases, te comparan con algún compañero que llego a la hora, pero el “viejo” no cacha ni una. Aquellos que llegan más temprano a clases son los que más cerca viven de los establecimientos educacionales, o también son aquellos que la mamá los levanta temprano a desayunar y mientras estos comen, sus padres encienden el auto para calentar el motor. Este no es mi caso como tampoco el de muchos estudiantes provincianos, mi motor es la alarma de mi celular, la cuál me obliga a levantarme para meterme a la ducha y salir de mi casa sin haber podido tomarme un taza de té…me veo obligada a tomar el metro en horario punta y parecer un verdadero “pegaloco” (no se si se acuerdan de esos juguetes venían dentro de una caja de cereales y se pegaban en todos partes), pero ahora somos ciudadanos pegados unos con otros sintiendo olores repugnantes que en ocasiones nos hacen bajarnos antes del metro para no vomitar , pese a que la salida es toda una odisea en el horario punta es mejor que todos te empujen en vez de seguir perdiendo el oxigeno por la escasez de agua en los hogares de algunos usuarios. Debo reconocer que mi falta de tolerancia me llevó a perder $420. Soy estudiante y merezco pagar $130, pero sin el pase escolar no se podía por lo menos aquel día…

No todo es tan malo quizás nos cobraron algunos pasajes de adultos porque existía un problema de sistema. Pero las multas ya fueron cobradas, como también fueron cobrados los depósitos de aquellos “pingüinos” y universitarios que extraviaron su pase, para ello la módica suma de reposición era de $3.500 pesos de esta forma se renueva esa tarjeta de plástico Bip, y te entregan una provisoria la cuál debe ser devuelta, si esta se te pierde no te preocupes debes realizar una extensa fila de por lo menos una hora, para que luego en la entrada una tipa un poco histérica por los reclamos de los estudiantes, deba “mamarse” a otra que esta más eufórica porque la mandan de un lado para otro, porque el nivel de organización dentro de la Junaeb es tan desastroso como lo es el “transhantiago”.

Pero aquellos que recién lo están solicitando tendrán que apurarse porque la Junaeb dio un plazo hasta el 15 de mayo para recibir la documentación y sobre todo la plata. Mientras tanto yo esperaré que pase alguna micro.

INVITACIÓN A "MON AMOUR" EN LINEA UNO


Macarena Moreno


En medio de autos y bocinazos, se divisan los grupos de transeúntes que se dirigen a paso ligero hacia el metro o al paradero de buses.

En una banca del Parque Bustamante está sentada Daysi. El día otoñal no opaca el vestido ajustado, que por su escote, llama la atención de estudiantes y trabajadores que van de regreso a sus casas. Su estatura alta, el cabello liso, un suave maquillaje, sus tacos rojos y ese abrigo “imitación de piel”, dejan en claro a todos los “mirones” que ella, no es precisamente una “ejecutiva”.

Después de beber un café, toma su cartera y se dirige a la estación Parque Bustamante. Entre la gente va esta chica de 25 años, que desde los 22 comenzó a ejercer la profesión más antigua del mundo. Con una actitud segura y seductora, se pierde entre el tumulto, en busca una ventanilla de la boletería.

A diferencia de los molestos usuarios, para Daysi, el Transantiago no es sinónimo de disgusto e incomodidad, sino que éste se ha transformado en un nuevo e ideal medio- debido a las aglomeraciones - para “captar” clientes.

En el subterráneo ya comienza a sentirse ese “calor humano” de la hora pick, y las ansias de alcanzar un espacio en algún vagón.

Se abren las puertas, y Daysi ingresa al carro junto al imprudente gentío. “Es un trabajo fácil” dice ella. Asegura que los roces, empujones y apretones entre los cuerpos, hacen más factible su trabajo. Oficio que consiste nada menos que, entregar una tarjetita para “Mon Amour”, sauna y casa de masajes para varones, ubicado en barrio Moneda.

“Todo entra por la vista, cuando subo al metro me doy cuenta que no hay sólo un posible cliente, sino que casi siempre hay más de 3 hombres mirándome, interesados en que me acerque y ese momento es propicio para entregarles la tarjeta de contacto”.

Esta tarde su trayecto será Parque Bustamante-Escuela Militar, y en las ocho estaciones intermedias logra captar-la mayoría de las veces- hasta veinte clientes. “Este trayecto es uno de los mejores, porque son clientes “seguros”, que acceden a nuestro servicio al día siguiente o al segundo día de haber recibido la tarjeta”.

Las estaciones más rentables son los puntos de combinación entre una y otra línea, ya que, la cantidad y la circulación de pasajeros es mucho mayor que el flujo en las estaciones pequeñas, como Manuel Montt.

Ejecutivos y universitarios, es el perfil del público objetivo de “Mon amour”, sauna que no sólo publica su servicio en los diarios y en algunos sitios web, sino que también ha “innovado” en esta nueva modalidad de captación de clientes, que nació gracias al fracasado y odiado medio de transportes, Transantiago.

Daysi es una de las “seleccionadas” -por su figura- para trabajar fuera del lugar. Las mujeres que trabajan en buses y en metro, ganan un sueldo mensual de 300 mil pesos. “No es mucho, pero vivo bien, porque mi trabajo consiste solo en esto, no es una pega difícil, además ahora no tengo contacto personal con los clientes, como dentro del sauna.”

Cada fin de semana trabaja como “barwoman”, en eventos particulares, “pitutos” que se convierten en un buen dinero extra, además, sumados al sueldo fijo, es suficiente para pagar el gimnasio y el arriendo del departamento, ubicado a pasos del metro Universidad Católica.

“Entiendo a la gente que todos los días reclama en la televisión y en la radio por el mal servicio de transporte, creo que no es justo tanta incomodidad y desperfectos, pero yo miro esta situación de una manera fría, porque, si no fuera por esa masa de gente que ingresa al metro, yo captaría menos clientes y mi sueldo sería mucho más bajo” dice, riéndose por esta “confesión” que la hace ver, extrañamente, como la única “beneficiada” por el nuevo sistema.

Son las diez de la noche y han transcurrido varias horas desde que esta “vampiresa” de los vagones salió en busca de clientes. Hoy, como otros días, fue un buen negocio, logró captar a 18 hombres.

En un rincón del andén de la estación Escuela Militar, espera al metro que la llevará hasta el sector donde vive. En plena noche, a diferencia de años anteriores, el pasillo y las escaleras se repletan por los últimos pasajeros. De regreso, y con su meta cumplida, a esta chica le toca soportar- según ella “los únicos” defectos del metro- la incomodidad, el calor sofocante, empujones y malos olores del nuevo sistema de transporte…Transantiago.

lunes, 14 de mayo de 2007

DIOS QUEMARÍA EL TRANSANTIAGO



Nikolay Stagnaro

Lunes por la mañana y efectúo mi agobiante rutina rumbo a la universidad. Camino unas cuantas cuadras desde mi casa hasta llegar a la arteria principal de Maipú, la avenida Pajaritos. El paradero está lleno de rostros amargos, que lo único que esperan es que llegue cuanto antes un enchulado bus verde (correspondiente a mi zona) o una micro cuncuna. Al divisar esta última, emprendo mi subida. La desesperación de la gente por subir al bus ya dejó de ser una molestia. Mientras otros se hacen los lesos frente al validador, yo cumplo y paso mi tarjeta. Ahora la lata de sardina con ruedas me lleva rumbo al metro Las Rejas.

Llego a la estación y el semáforo experimental marca luz amarilla. El cierre momentáneo de Las Rejas era inminente y entro raudamente al metro. El ambiente era tan desastroso, que uno de los guardias estaba por alzar la paleta “¡Pare!” y yo esperando a que avanzara la fila del torniquete para escolares. Finalmente paso la Bip! y entro a un andén totalmente saturado.

El alivio comienza a sentirse cuando en los altoparlantes del metro anuncian que el próximo tren viene vacío. Como en cuestión de segundos se aparece, asimismo se repleta. ¡Qué increíble la barbarie y el egoísmo de la gente por querer tomar un asiento! Pero eso no me concierne, mi meta era llegar a mi destino diario.

De estación a estación, el vagón desemboca en Los Héroes, donde la situación se pronosticaba aún peor. La “choclonera” de pasajeros era prácticamente el doble que la de Las Rejas. Pero de repente me llama la atención un señor, que a simple vista demuestra una edad madura, con la cabeza “sin gente en el estadio”, algo barrigón y sobre todo, muy pequeño. La verdad es que no interesan sus rasgos, sino que desde que entró al tren, empezó a hablar solo, con una notoria intención de querer hablar con todos. Al poco rato, saca de su bolso una Biblia y no lo podía creer… ¡Este señor de aspecto simpaticón empieza a predicar!. Me tuve que mamar todo el viaje escuchando a este “querubín”. Entre su sermón incitaba al resto a escucharlo, pero todos estaban en otra.

No había momento para hacerlo callar, hablando de Dios y su hijo Jesús de arriba hasta abajo, matizado con un par de aleluyas. Al igual que todos los que estuvimos presentes durante el trayecto, tampoco le di bola a este señor, hasta que en el momento menos esperado sale de su boca un mensaje literalmente apocalíptico: “Hermanos, si el Señor bajara desde el cielo y viera el mundo que estamos viviendo, no lo dudaría…”. Alza su cabeza y las manos al techo y exclama delirantemente: “¡Dios quemaría el Transantiago!”. Al quedar todos pasmados con esa frase, no se si era para reírse o mirarlo de la vergüenza que estaba dando este tipo. Algunos se reían disimuladamente, otros como yo preferimos reservarnos ante tal numerito.

Estoy a punto de llegar a Manuel Montt. Por mientras, el conductor del tren anuncia que llegaremos a la estación Baquedano, y este personaje se alista para emprender retirada. Al llegar a la zona, este individuo se va y un pasajero invoca el histórico gesto de Pato Yánez en el Maracaná y le grita: “¡Llévate esta molotov!”. El instante no era para reservar las despampanantes carcajadas que salían luego de la inusual talla.

“Señores pasajeros, estación Manuel Montt”, sonaban los parlantes del vagón. Aquí me bajo, pero antes al lado mío había una señora refunfuñando y entre sus murmullos lanzaba un “estoy chato con este sistema”. Me dirijo a hablar con ella antes de bajar y le respondo: “Para que andamos con huevás, mire a Dios y pídale que queme el Transantiago”. Volvieron las risas al interior. En todo caso, si seguimos con el mismo panorama, prefiero quemar las amarguras en vez de quemar con amarguras. El resto, y al igual que hace tres meses, siga juzgando usted mismo.

miércoles, 9 de mayo de 2007

UNA LLEVA A LA OTRA



Daniel Vergara Urrutia

¡Pare!. Con un grito algo tembloroso el guardia de traje amarillo señala con su paleta la prohibición de pasar los torniquetes que llevan al tren. Los rostros de la gente que al parecer no se sentían muy agradadas con las filas que casi llegaban al exterior de la estación Manuel Montt, en Providencia. Los hacían transpirar con el calor que cada vez se apreciaba más sofocante con el tumulto de gente, guaguas llorando, y sonidos ¡Bip! que lograban sacar de sus casillas a cualquiera.

El pasaje estaba pagado, sólo faltaba tomar el metro, lo que implicaba traspasar esa masa que bordeaba la línea amarilla y no dejaba bajar antes de subir. Fue en ese momento que el Pato me mira con una cara de felicidad, hasta los ojos le brillaban. “¡Vamos a tomar una chela hueón!” Lo mire algo sorprendido, el día anterior ya había sido la farra y no estuvo muy sanita que digamos. En ese lapso llega el Pelao, otro amigo que por lo general va a todas. Fue ahí cuando los dos casi a coro dicen: “Vamos no seas mamón, ¡mira la gente!". Ahí comprendí que las filas, el motín y las molestias tenían para rato. Los mire fijo y les dije…¡vamos!

Saliendo del Metro pude saber que mis amigos querían lo mejor, porque adentro de Montt estaba la cagada. Entre risas y bromas salimos de la estación. El Pelao, que trabaja en el día, andaba formal de pies a cabeza, él es algo milico para sus cosas y defiende a muerte al “Tata”, por otra parte el Pato que con su polerón Adidas y zapatillas revolucionarias lo hacen disimular la cara de viejo que se gasta a sus 25 años. Seguimos caminando por Providencia y en eso Pelao divisa “La Cabaña”, una fuente de soda que parece hostería de carretera, con luces tipo motel y meseras con cara de “su propina es mi sueldo”. Al mirar el lugar me quede atónito, era cero onda, pero el frío que empezaba a sentir a esa hora, nos hizo decidirnos por el lugar.

Al ingresar pedimos de inmediato una jarra de cerveza, conocida por los expertos como "Pitcher", eso sí quedó claro desde al principio que el Pato y yo podíamos aportar 500 pesos y nada más, Pero como nunca esta demás el Pelao, como amigo buena onda, exclama, ¡yo pongo el resto!.

Tomamos nuestras ubicaciones y la protuberante mesera rubia llega con el pedido que esperábamos con ansias. Al dejarlo sobre la mesa nuestros ojos brillaron y nuestras bocas se secaban al ver la cerveza espumosa y helada que contenía esa jarra de vidrio. Sin embargo, las apariencias engañan. “¡Está huevá está rancia!”, grita el Pato apenas vaciado el contenido. Pelao y yo probamos un poco de nuestros vasos y la verdad es que estaba tibia y desvanecida. ¡Qué frustración mas grande! Todas las ansias que sentíamos por beber se derrumbaron, la mesera se acerca con cara de asombro y suavemente pregunta: “¿esta mala?”. “Mmmm…Qué raro, pruébala”, respondimos. Ella dice que no puede hacer eso y corre a cambiarla. De vuelta nuevamente la mesera trae otro jarro de cerveza, lo servimos rápidamente y ¡Sorpresa!, la cerveza estaba en igual condición que la anterior. El Pato ya estaba molesto y nos dice que nos vayamos de ese “sucucho de mala muerte”, pero Pelao, fiel al local que lo ha acompañado en sus mejores farras, nos pidió calma. Nuevamente se acerca una persona, pero ahora no venia la chica rubia de voz suave, sino que ahora corrió hacia nosotros un garzón, que era flaco como un pitillo y con una cara de guagua que hacia notar que este era su primer trabajo. El muchacho nos pide que no nos preocupáramos, que lo iba a cambiar, pero antes de llevarse el trago desvanecido, nos mira a los ojos y nos dice, “con su permiso”. Toma el jarrón de vidrio y se toma un sorbo que nos dejó a los tres pasmados. “Sí, está mala”, exclamó. Nosotros nos miramos y aprovechando el momento de silencio digo “estamos finitos compadre” y nos matamos de la risa. El chico corre a la barra a servir otro y de la misma maquina, fue entonces cuando los tres a coro gritamos: “¡cambia el barril!”. “Era justamente lo que iba hacer” nos dijo el mesero. Ahí las risas volvieron, por los menos estas hacían olvidar los incidentes anteriores.

La rubia vuelve y esta vez nos garantiza que ahora sí el schop estaría perfecto, los vaciamos a nuestros vasos y todo el local nos miraba. Bueno, solamente los meseros, porque apenas eran ellos y nosotros, como será que hasta el cocinero se asomó. Empinamos nuestras copas y bebimos el líquido, la aprobación era absoluta, nuestras caras lo delataban, la cerveza estaba exquisita, helada y hasta con gas. Fue hasta ese preciso momento que los camareros suspiraron de tranquilidad, por los menos para ellos ya éramos clientes felices.

Fueron tantos minutos de espera que la cerveza rápidamente se acabó, me levante apresuradamente de mi silla y les dije que nos fuéramos, sin embargo mis dos buenos amigos dijeron que el Metro todavía estaba lleno, al parecer tenían mejor vista que yo, porque de donde estábamos el subterráneo se encontraba a una cuadra y media. “¿Vamos por el otro?, ¡yo me rajo!”. Pelao levanta su mano y pide el segundo de la noche y seguimos hasta que llegó el tercero auspiciado por él mismo. Fue en ese instante que el ambiente era de fiesta, constantes idas al baño hicieron de esas tres horas una grata convivencia en donde se habló y se contaron uno que otro secreto de pasillo. Pasaba el tiempo y ya era hora de irse a la casa, al levantarme de la silla me di cuenta que la cerveza marea y bastante, pagamos la cuenta, los 500 pesos del Pato y los míos, la diferencia la ponía Pelao. La mesera nos agradeció el consumo, al parecer le salvamos el día y de buena onda le dejamos 200 pesos, todo sirve pensamos y tratamos de salir lo más parecido a los que llegamos, pero después de lo bebido era imposible.

Caminando al Metro, nos miramos y vimos la hora. Eran las 21:30. El Pato estaba solo en casa y no tenia problemas por la llegada. Pelao tenía clases y no asistió. ¿Y yo? Esperaba un sermón de mi novia que, por lo general, le molestan este tipo de salidas. En ese instante nos vino el arrepentimiento y les pregunté a mis amigos: ¿de quién fue culpa esta huevá? Los tres llegamos a una conclusión: Fue culpa del Transantiago. Y nos cagamos de la risa.

A MODO DE PRÓLOGO


Nicole Bazán



Caminando por las calles del gran Santiago, noto un leve malestar en el rostro de las personas que pasan por mi lado, la hora avanza, el paseo Ahumada se comienza a llenar, la noche y el frío comienzan a caer y, de pronto miles de personas, con sus mejores caras de velocidad ojerosas pasan unas sobre otras para poder alcanzar a cruzar de un extremo a otro la Alameda, en ese semáforo que dura tan sólo 30 segundos.


Luego de esta tremenda odisea, por fin a esperar la micro que me llevará a casa.


Ya van 15 minutos de espera, porque todas las micros 401 que me sirven están atestadas de “animales” colgando con cara de cómo si se dirigieran al matadero.


Cuando por fin llegó mi turno, me subo y para peor mi pase escolar sale “no válido”, el chofer con una amabilidad y paciencia admirable me dice “pase no más señorita”, “gracias”, respondo.


Avancé hasta donde divisé una asiento, luego de una gran subida que hay en el interior de la micro. ¡Claro! Ahora comprendo por qué nadie utiliza esos puestos, si yo que mido 1.75 mts., quedo con los pies colgando. Imaginen una mujer u hombre de estura normal, incómodo ¿verdad?


Como mi trayecto no era muy largo decidí quedar con los pies en el aire, pero por lo menos tenía asiento. Peor es mascar lauchas, dicen.


Unas cuadras más allá, cuando un sujeto de muy buen aspecto solicitó la parada del bus desde el interior de ésta, unos tipos que se hacían llamar “muérete de risa” subieron apresuradamente con una guitarra, cornetas y vestidos de manera estrafalaria. La emoción no les duró mucho, ya que el chofer con la educación que lo caracterizó desde un comienzo les pidió que abandonaran el bus y así lo hicieron.


Unos minutos más tarde, llegó mi turno, debía bajarme en Manuel Montt con Providencia y así lo hice. Mi idea era hacer combinación con la 106 que sube por Manuel Montt y me deja frente a mi casa, pero una vez que me acerqué al paradero de éste me vi en la obligación de sacar fuerzas de flaqueza y caminar las seis cuadras hasta mi hogar, ya que era imposible intentar siquiera subirse a ese bus, que en cualquier momento explotaba de personas.


Lo primero que hice al llegar a la casa fue sacar hacer pipi a mi perrito y encender las noticias.


No deja de llamarme la atención la actitud negativa que ha adoptado la gente para con la Presidenta, recordemos que a Verónica Michelle Bachelet Jeria la elegimos por mayoría absoluta, de hecho me inscribí en el registro electoral para votar exclusivamente por ella.


¿Han notado que siempre la culpa de todo la tiene la Presidenta y su Gobierno?


¡Qué ridiculez más grande! Claro, es fácil culpar a los otros, pero no recuerdan acaso que fuimos nosotros mismos los que la elegimos.


¡Hasta cuándo! Es muy inteligente, independiente, médico, madre y por sobre todo es mujer. Si no la dejan en paz, ¿como pretenden que gobierne?


Hoy, salen todos los prejuicios de la Alianza y opositores, criticándola hasta por su forma de vestir, ella es una mujer libre, tiene más poder que todos nosotros juntos, porque es la Presidenta de la República de Chile.


¿Acaso Piñera hubiera podido superar el tema del Transantiago?, lo más probable que sí, ya que el dinero todo lo compra, ¿pero tendría los cojones como para sacar el país adelante? Lo dudo.


El tema del Transantiago, es un proceso de adaptación. Sí, de acuerdo, faltan recorridos, las micros amarillas se pintaron de verde y blanco, una chantería, ¿pero que más quieren? Si al final de todo es un problema de idiosincrasia y no de los gobernantes del país.


Si la gente no coopera, no surgiremos nunca.


Lógico que es más fácil ser pobre y que el Estado te subvencione, lógico que es más fácil salir a la calle creyéndose malo con carteles y pancartas protestando por un tema que aseguro ni el 50% tiene idea.


Entonces, es un problema de raíz, no de la Presidenta, vayan a reclamarle a la tumba de O’Higgins a ver qué respuesta les da.