“¿Jamón, queso o aliado?”. Pregunta don Juan, a la gente que, a las 6.30 de la mañana espera congelada y soñolienta, el bus que los lleva hacia sus lugares de trabajo y estudios.
Cesante hace tres meses, este hombre de estatura baja y pelo cano, se las ingenió y armó un “negocio ambulante”. No es gran cosa, pero al menos le genera un dinero para sobrevivir durante el mes.
“Me di cuenta que la cantidad de gente que llega a los paraderos es tanta, que podría vender el matute sin ningún problema. Mi esposa encontró buena la idea y comenzamos con el trabajito.” dice, recordando los comienzos de su labor.
“La gente jamás va a tomar desayuno a las 5 de la mañana, porque prefiere salir más temprano para alcanzar el primer bus”, dice Juan, mientras prepara un café para un cliente.
Todos los días sale de su casa a las 5.30 de la mañana, con un carro repleto de sándwich, y tres termos que contienen té y café. Durante las 6 y las 8, vende todos los desayunos.
“En la Pintana hay muchos hombres que trabajan como obreros de la construcción, o en otras pegas sencillas, es gente más humilde, y con gusto se sirve un café o un sándwich mientras espera la micro”, afirma don Juan, mientras se dirige a un nuevo paradero de su comuna.
Para este hombre de 60 años, todos los días son iguales. Por las noches, junto a su esposa, Julia, preparan los sándwich y los termos con agua, para la venta del día siguiente. Toda la semana realiza la misma rutina, y cuando las ventas están buenas, se da el gusto de descansar sábado y domingo.
“Siempre he vivido al tres y al cuatro, el Transantiago no cambia las cosas para mejor, sólo ha complicado más la vida pa’ los que vivimos en comunas periféricas”, dice, con la mirada perdida en su carro, que compró en la “feria de las Pulgas” de la Pintana.
Oriundo de Talca, llegó a Santiago a los 22 años y desde esa edad se desempeñó como carnicero, jardinero y después como obrero de la construcción. No sale a protestar en marchas de cesantes- como muchos de sus conocidos- porque, según él “el flojo es el que se queda en los laureles”. Juan no está para esas cosas, la casa genera gastos y no hay tiempo para quedarse lamentando. “A esta edad a uno no le dan pega en ningún lado, y como tengo bocas que alimentar, me las arreglé pa’ ganarme un billetito que al menos alcanza pa’ pagar los gastos de la casa”.
Recorre más de cinco paraderos por día, y dice que en cada uno de ellos escucha reclamos y anécdotas entre los molestos usuarios de este nuevo sistema. “La gente está aburrida y estresada. Al paradero llegan personas muy distintas, pero todos tienen la misma cara de molestos y cansados, es que las micros pasan cada media hora”. Asegura, con un tono de disgusto.
En su casa son tres, él, su esposa y un nieto de 14 años que crió desde pequeño. “Mi nieto estudia a media hora de la casa, así que no le queda otra que subirse como pueda a una micro, que a las 8 de la mañana van repletas y no respetan ni a los paraderos”, dice, apuntando una micro que, en ese momento pasó sin detenerse ante un grupo de pasajeros que, al quedarse abajo, comenzaron a reclamar y bromear con el Transantiago.
No aspira a grandes cosas, es feliz con su esposa y con el nieto regalón que lo acompaña para todos lados. Se toma la vida con humor, porque dice que pensar en una y otra cosa que tiene que resolver, solo le ayudaría en volverse más viejo y canoso.
Así es la vida de Juan. El que un día fue despedido de su trabajo por la edad, pero por falta de plata nunca lloró, porque el cansancio y la vejez no le impidieron inventar una pega que le asegurara unas moneditas para subsistir. Así es como diariamente, atiende a quienes fue conociendo cada mañana, y que ahora se han convertido en clientes habituales. Malhumorados madrugadores que son atendidos por un viejo, que les entrega un pan y un té, con una sonrisa pintada en la cara.